Otras anécdotas librescas.
# La rubia.

Entró en la librería como una tromba, era alta, rubia y bien vestida. Se dirigió al mostrador y sin prestar atención a la señora que en ese momento estaba siendo atendida por el librero. Dijo:
-¿Ha llegado el libro que le encargué?.
-¡Si!-. Era difícil olvidarse de esa cara y sobre todo del libro encargado.
-¡Justamente en uno de los paquetes de esta mañana!.- El librero se dio media vuelta y recogiendo un ejemplar de la estantería de detrás de él, donde están los pedidos, se lo dio a la rubia.
-Aquí lo tiene. “Estadísticas de la producción de añil en San Salvador (1989-1999)”.
Y siguió atendiendo a la señora que estaba antes.
La rubia, dio varias vueltas al libro mirando alternativamente la tapa y la contratapa, como asegurándose de que era ese el libro solicitado. Lo abrió y se puso a leer y estuvo hojeando varias partes con esa mala costumbre que tienen algunos lectores de querer dejar indeleblemente impresa su huella digital en todas y cada una de las hojas, mojándose el dedo en la lengua cada vez que pasan una hoja, por fin lo cerró, lo dejó sobre el mostrado y se encaminó hacia la salida. El librero dirigiéndose a ella.
-Oiga!¿El libro... ? La rubia sin siquiera darse vuelta, dijo: -¡No gracias, ya he visto el dato que quería saber!. Y salió dejando la puerta tan abierta como la boca del librero.
# Libro de miedo.

El niño apenas superaba un palmo la altura del mostrador. La madre a su lado le explicaba al librero que su hijo tenia dificultades con la lectura. Le quería comprar un libro y este puso la condición de que él lo elegiría. El niño miraba con ojos claros y expectantes todo lo que hacia y decía el librero.
-Vamos a ver –dijo el librero al niño- ¿Qué es lo que quieres?
Con absoluta seguridad el niño pidió una historia de miedo.
El niño de seis o siete años eligió uno entre los cuatro que le mostraron. El librero rutinariamente cogió el libro, la barra de pegamento, la pequeña etiqueta que tiene el logotipo, la dirección y el teléfono de la librería y untándola la pegó encima del precio que esta escrito en la primera pagina.
-¿Sabes para que es esto?- le pregunto al niño, que meneó la cabeza negativamente.
- Es para que tengas mi teléfono y así cuando leas este libro, si tienes miedo, tu me llamas en cualquier momento, ya sea de día o de noche y yo voy a rescatarte; ¿vale?.
El niño afirmó con la cabeza a la sonrisa socarrona del librero.
Algunos días después se presentó la madre en la librería y le informó al librero el éxito que había tenido el libro y de como su hijo devoraba la lectura. El niño estaba educado a leer un rato en la cama antes de dormir. Al segundo día de lectura el niño llamó a su madre y sentado en la cama con el libro en su regazo le dijo muy serio:
-Mamá creo que ha llegado el momento de que llamemos al señor de la librería.
Etiquetas: Anécdotas en la libreria.