Rohm2222

Cuando la ambición no descansa pone una mentira en cada guerra. Dilapidando hombres, espera que sucios sudarios firmen la paz con las venas vacías.

....... ............................................Que nada nos quite nuestra forma de disfrutar la vida

28.12.05

“Dialogo”



-No has cambiado nada desde ayer. ¿Qué has hecho este tiempo?
-Nada por eso soy la misma.

En “El año pasado en Marienbad” de
Alain Resnais.

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24.12.05

Objetivamente subjetivo.


Titulo: Justicia, 1508.Autor:Tiziano

"Mira dentro, que de ninguna cosa te pase desapercibida ni su cualidad propia ni su valor." Marco Aurelio (121 -180 DC.)

Jurado popular.

-¿Cómo es posible que un ignorante como yo, haya sido elegido para integrar un jurado.?-
La pregunta resonaba en mi cabeza mientras el juez nos daba las pertinentes instrucciones.
No entiendo nada de temas judiciales, pero no pudiendo evitarlo, lo mejor será seguir lo que el resto del jurado decida. El refugio del rebaño, mantenerse en medio, no alejarse nunca, permanecer en el círculo seguro.
Lo que allí se juzgaba no viene al caso, lo interesante era que todo dependía de las declaraciones de una testigo, decisivas para la inclinación de la balanza.
El primer día ya la vi, no podía ser otra, una mujer que se acercaba a su asiento con pasos medidos. Su aspecto denotaba señorío, con un cuerpo ligero como de cierva y en su rostro una serena belleza, que da esa edad tan difícil de calcular. Escrupulosamente pasó rápida la mano por encima de la silla y ocupó su sitio con una actitud entre prudente y decidida. En el fondo de la sala resaltaba su abundante cabello azabache que sugiere un temperamento apasionado, contrarrestado por unos sinceros ojos claros de ternura infantil.
Fue un día muy largo, muchas palabras que no entendí, muchas caras serias, mucha ropa negra, mucho desfile de mucha gente; demasiado, para decir muy poco.
Por fin, el segundo día la llamaron; - Selva Knöor ­desde el fondo de la sala, sonó, susurrado un -Si - y a continuación, dijo mecánicamente - Con doble o y diéresis en la primera o - de forma casi inaudible. No haciendo caso a nadie, avanzó, destacando por su alta y esbelta estatura y su hermoso rostro. Una mirada franca, una frente lisa, la nariz recta, pestañas rizadas, cejas espesas y renegridas, igual que su cabello. Había en su andar una como graciosa torpeza, otro encant9 inconmensurable. Todo parecía quedarle pequeño, las puertas, las paredes, los muebles, la sala. Fresca como recién salida de la ducha, seguramente olía a frutas. Vestía un pantalón azul marino, ceñido a las anchas caderas y una blusa celeste un poco amplia, a pesar de ello se intuía unos pechos firmes. Unos pies pequeños, en unas sandalias veraniegas, lucía uñas pintadas de color gris aluminio. Un pequeño bolso haciendo juego, que apretaba son sus manos ágiles y delicadas.
A la primera pregunta se inclinó para acercarse al micrófono con un movimiento de amorosa paloma, aunque su mirada era templada y desafiante como la pantera. Blancos dientes, labios pequeños, mejillas suaves y rosadas, rasgos que muestran la autoridad que dan la soberbia, el dinero, la juventud o la conciencia de ser la cúpula de una casta. La testigo pronunció algunos nombres, dio a entender otros y se cortó como si la venciera el temor. La estrategia de una avalancha de preguntas concretas le cayó encima. Comenzó a negar instintivamente con movimientos de cabeza. y ese fue el momento en que la vi; al principio no estaba seguro si había sido un simple brillo. Concentré todo mi esfuerzo en observar el detalle y - Si, Fiat Lux – entre esa desbordante cabellera azabache había una cana. Era una delación gris en toda regla.
Miré con complicidad a mis colegas, buscando la confabulación necesaria, pero era inútil, la mitad estaban embelesados por su presencia, y el resto dormían con los ojos abiertos.
Ella trataba de explicar sus argumentos, pero tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura; merecían ser asumidas por algún autor de best­séller.
La mujer calló y apareció en sus ojos de un azul desganado ( ese que los ingleses llaman gris) una mirada de asombro e indecisión; en su inseguridad, giró la cabeza y buscó en el fondo de la sala alguna expresión de apoyo, que no llegó. El temblor de su voz ya perdía el encanto inicial, parecía convertirse en las dudas de una encubridora. Trataban de implicarla, pero aunque roja de indignación seguía conservando su tranquilidad. Su actividad mental era continua, apasionada, versátil y del todo insignificante. Abundaba en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos. Sus manos grandes y afiladas hacían giros en el aire como espantando fantasmas, pero aún así no podían esconder las manchas de tabaco entre los dedos. Cuando le acercaron un papel para que lo leyera, el sudor le arruinaba el maquillaje que se convertía en un desagradable fango pegajoso, hacía extraños movimientos con los brazos para poder despegar la blusa de las axilas, y de dentro del bolso gris, el de los mil secretos, extrajo unas gruesas gafas para poder leer, que rápidamente se le empañaron. Intentó escabullirse, pero una vez más, volvía a aparecer la falta de imaginación, las limitaciones, la estolidez. Quedaba claro, la amorosa paloma era una rata con alas, la desafiante pantera era la experta en el acecho a traición Era una mujer en continuas metamorfosis, como para huir de si misma, de su propia maldad, el color de su pelo y las formas de su peinado eran inestables, también cambiaban la mueca de su sonrisa, la tez aceitosa, el sesgo de sus ojos. Pero el tinte no había querido adherirse a esa cana Y esa fue su perdición. Borracho de piedad la juzgué y el veredicto fue unánime - Perjurio - un despojo de mentiras.
Mientras tanto, en la sala, cualquiera diría que imitan a los antiguos romanos, pero nada tan lejos de la ecuanimidad del imperio y la magnanimidad del Cesar.


17.12.05

Cuento Chino (6)

De charco en charco.

Una alfombra de hojas de tilo, mojadas por la fina lluvia que cae, cubre la calle sin asfaltar. Chiang recorre ese trayecto entre la sede de la cooperativa agrícola y su casa, dando extraños saltitos laterales. En vano intenta no embarrarse la ropa. Dando un último salto Chiang entra en su casa y casi se lleva por delante a su hermano Cheng.
La sede de la cooperativa, lugar de reunión y cotilleo, cumple múltiples funciones sociales y deportivas, es donde está el único teléfono de la aldea, además es el sitio al que llega el correo destinado a varios pueblos de la comarca..
Chiang agita eufórico una carta en su mano.
---Ha escrito el primo Fug, después de tantos meses parece que ha podido llegar a Europa!-Poco a poco se va calmando, ceremonioso se sienta y suavemente comienza a abrir el sobre.-
En el rostro de sorpresa de Cheng, después de reponerse de la brusca entrada de Chiang, surge un extraño brillo, no pierde de vista el sobre que su hermano parece no soltar nunca. Por fin Chiang deja el sobre en la mesa, Cheng con la boca entreabierta y mano temblorosa se apropia furtivamente de ese objeto de deseo y dócilmente lo atrae junto a su pecho. Chiang lee en silencio el breve contenido de la carta . Cuando termina, inclina la cabeza y mirando al suelo, con tono grave, reflexiona en voz alta.
...vaya..., nuestro primo Fug que ha nacido en esta aldea, ahora vive en una inmensa ciudad europea de la cual ni siquiera es capaz de pronunciar bien su nombre, siempre trabajó aquí en el campo, bajo el sol y la lluvia, ahora trabaja encerrado catorce horas diarias con luz artificial en un taller de costura donde no hay ventanas al exterior, aquí era el querido y considerado Fug y allí es un indocumentado que casi no puede salir a la calle por miedo a ser detenido, aquí, junto a sus padres, disponía de una muy modesta casa, ventilada y luminosa, ahora duerme en una pequeña habitación, encima de un colchón maloliente sobre el suelo, en compañía de veinte desconocidos, aquí nunca tuvo dinero, ahora tiene una deuda enorme que no sabe cuando terminará de pagar, la que contrajo por el viaje; aquí...
Chiang levanta lentamente su cabeza y mira a su hermano Cheng.
---Parece que el precio de la prosperidad es muy alto, no?.-murmura Chiang.-
Cheng en un extraño mutismo, sentado en la pequeña silla que tiene en un rincón de la habitación, resiste con la mirada hipnótica sobre las diminutas imágenes de los dos sellos de correo adheridos al sobre. En uno de los sellos Cheng puede ver el aplomado rostro del monarca de un mítico reino de quimera y en la otra estampilla una fantástica ciudad con rascacielos prodigiosos, inmensos comercios donde no falta de nada, luminosas fuentes de agua dulce donde las gentes tiran dinero a cambio de esperanza, un mundo donde todas las aspiraciones se hacen realidad, un mundo donde las riquezas se reparten por igual, un mundo de democracia donde todos tienen los mismos derechos, un mundo de justicia y solidaridad, en el que la posibilidad de progreso está avalada por ese rey magnánimo. Cheng cierra sus ojos mansamente y sonríe.
Afuera, en la calle mojada por la lluvia, es difícil distinguir, bajo el manto de hojas de tilo, donde se ocultan los charcos.

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12.12.05

El cometa.

Llegaba la noche y se hacía el momento de regresar donde la tribu se reunía día tras día, entre el pequeño monte y la laguna alimentada por tres riachos. La caza no había sido buena, sólo traía tres conejos; no podía quejarse, porque en realidad, no había salido de cacería sino sólo a otear los alrededores durante la calurosa tarde y de paso a probar fortuna lanzando unas piedras.
Él sabía que era el mejor... fabricando armas, sabía seleccionar las mejores piedras, tratarlas, cortarlas, afilarlas. Puntas de flechas casi perfectas y venablos con una dureza sorprendente, era una de sus habilidades, la otra era enamorase y suspirar mirando las estrellas. A diferencia de los demás, él sabía que podía confiar en ellas, que allí estarían cuando las necesitara, le infundían seguridad y no temor como al resto de la tribu.
Ella, ya con trece veranos a cuestas, también regresaba con todas las mujeres de recolectar los frutos. Pronto se casaría con un joven imberbe, el que sus padres habían acordado, un joven guapo, pero no era el de sus sueños. Se vieron, él se detuvo y le hizo un rápido gesto para que ella también se parase, no lo podía creer, su osadía daba resultado. Ella se quedo rezagada, removiendo pedruscos, como si buscara algo. Se alejaron rápidamente del lugar, no medió palabra; cuando estuvieron lo suficientemente seguros de que nadie les veía se acercaron lentamente, se abrazaron trasmitiendo el calor de un cuerpo a otro, perdieron la noción del tiempo y las estrellas brillaban con toda su intensidad. Era la primera vez que se encontraban e ignoraban que sería la última, eran bastante obedientes con lo que disponían los mayores. Ambos miraron al cielo y la vieron. Era una estrella, pero con un destello especial, arrastraba tras de si una difusa estela que nunca antes habían visto. Se lo prometieron, la usarían como señal, volverían a encontrarse otra vez cuando reapareciese en el cielo. No sabían que pasarían cuatro mil años y volvería a ocurrir, en el mismo sitio, otra pareja, a la luz de esa misma estela, volverían a transmitirse calor.


4.12.05

Cuento Chino (5)


Tiempos de lectura!

Amaneció nublado, el cielo encapotado y la dirección del viento presagiaba el comienzo de la estación del monzón. Chiang que era un hábil tejedor de canastos, oficio que había heredado de su abuelo, recogió los materiales... con los que habitualmente trabajaba en la puerta de su casa para llevarlos a un cobertizo que tenían detrás. A Chiang le gustaba trabajar en la puerta y charlar con los pocos vecinos que pasaban por allí, en cambio en el cobertizo trasero nadie lo visitaba.
---Bueno, llegó la época de luchar contra la opresión.
---De que hablas –dijo Cheng-
---Con las lluvias hay menos trabajo y podremos leer más, no?. Ten en cuenta que de la lectura depende la salud social de la comunidad. Con conocimientos podremos luchar contra cualquier forma de dictadura, no?. Si quieres ser un imbécil, no leas.
Con el monzón podremos aprovechar más el tiempo leyendo. Piensa –dijo Chiang- en las aldeas el ritmo de la vida lo marca la naturaleza, de esto deberías aprender, Cheng , siempre hay una época para sembrar y otra para cosechar, no?.
Cheng escuchó atento y respetuosamente en silencio a su hermano. Se dio media vuelta y se alejó calle abajo, ladeando la cabeza de un lado a otro y murmurando:
--- Y otra, para ir a pescar al río... y otra, para beber con los amigos... y otra, para ir hasta el mercado de la ciudad a ver las chicas que vienen de los pueblos, y otra, para...

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